lunes, 30 de enero de 2012

II. Sueños

Hoy he soñado con un mundo perfecto en el que las focas volaban y los árboles andaban. Aunque solo me acuerdo de estos pocos detalles, sí que recuerdo que todo parecía perfecto hasta que el maldito rayar del sol ha turbado mi sentimiento de felicidad. La verdad es que adoro la melosidad con la que el sol acaricia mi cuerpo. Es un sentimiento mágico. Aunque hoy hubiera deseado quedarme durmiendo todo el día. Vivir en un mundo en el que la fantasía no tiene límites es algo inédito. Sin embargo, un simple pestañeo de ojos puede ser mortífero. En mi caso, tres.

Una vez despierto, he abierto la ventana y el paisaje me ha parecido tétrico y siniestro. El cielo estaba presidido por unos inmensos nubarrones de polvo con reflejos pálidos y exangües, a pesar de los visillos del sol. El viento silbaba con firmeza y los pájaros se unían a la fiesta, acatando las órdenes de la naturaleza. En la calle reinaba el ruido humano. Ejecutivos, manadas de turistas,obreros y jubilados se disponían a cumplir con una nueva jornada. Los niños, en el colegio.

No obstante, mi sueño no se ha hecho realidad. El mundo continúa girando como ayer, gravitando sobre la galaxia. Sin brincar, dando círculos sin cesar. Las focas continúan residiendo en el polo norte, tranquilas y sin miedo al futuro. Los árboles, por ahora, no andan, pues siguen erigiéndose sobre una sola pierna, robusta y cubierta de corteza. Y, los demás qué? Pues, el resto igual que siempre: estrés, recesión, malas noticias, aunque alguna que otra ilusión, pero nada de magia. Nada de fábulas, ni quimeras quijotescas. Realidad pura y dura hasta que me he topado con un perro rosa paseando con su querida dueña. Al parecer, una pareja hecha a imagen y semejanza. Sombrero rosa, vestido negro, cinturón esmeralda y manoletinas rosas. En cuanto al mamífero, diríase que era una especie de caniche de color blanco tiznado de color rosa y con un collar verde.  Una evidencia de lo más surrealista.

Todo apunta a que la imaginación no tiene límites.

¡¡Adelante sueños, transfigurados en realidad, que más vale que los árboles anden, que humillar a un animal!!






I. Crisis

Cada vez que oigo la palabra crisis, mi cuerpo se debilita. Es una sensación extraña. Un torbellino de malos sentimientos que se enreda en mi garganta. Antes, lo soportaba; hoy, ya no aguanto más. Parece que el pánico está destripando el sentimiento de bonanza que existía en los corazones de la sociedad. En el tuyo, en el mío. Y no es para menos.

Desde hace varios meses  la palabra crisis resuena con firmeza en nuestros oídos. Crisis, crisis y crisis. Un nombre que, aunque esté de moda, es como una mala hierba, pues brota en un lugar donde no interesa que crezca. En nuestro caso, en la sociedad.

Los agricultores bien saben que las malas hierbas deben ser eliminadas drásticamente. No puede quedar ni una, ni un mísero tallo de mala hierba. Ni cardo vulgar, ni cardo cundidor. Ambos deben ser decapitados por una azada, por invadir el cultivo ilegítimamente, sin permisos y sin estupor.

Esta premisa debería ser tomada por la propia sociedad. Tragarla como si de un ibuprofeno se tratase y dejarla reaccionar en el estómago. Es cierto que estamos en crisis. Pero, si no se busca una solución, no hay salida. Y, la linterna para iluminar la gruta y poder salir del túnel está en continuar consumiendo. El pánico no puede ser nuestro guía, sino que debemos ser nosotros. Hay crisis, pero ello no significa que debamos dejar de consumir. Si seguimos comprando, el mercado continuará funcionando; si dejamos de hacerlo, caeremos en picado, y esta vez, sin paracaídas.