sábado, 25 de octubre de 2014

Café, libros y ella



Tras seis meses, ayer volví al mismo bar en el que nos conocimos por primera vez y afortunadamente, ¡bendita sea la luna!, ella seguía allí, sentada en la última mesa del local, con la mente enfrascada en una nueva historia, la cual probablemente acababa de comenzar. Cada vez que coincidíamos parecía haberse comprado un libro nuevo y al despedirse de Mar, la dueña del local, siempre deslizaba, como si no fuera con su lengua o con su propia intención, que ese último libro que acababa de comprar era un básico para todo aquél que amara la literatura. Su paso por la cafetería era tan monótono como simple: llegaba, pedía un café con leche, se sentaba en la última mesa de local y sacaba su nueva adquisición. Tras sorber a golpe de cucharadita el café, acariciaba la portada del libro y empezaba su ritual sagrado: devorar ese castillo de palabras. Así sucedía cada vez que la suela de sus zapatillas hollaba la primera baldosa del local. Pareciera una escena de lo más usual, pero no lo era. Contemplar el efecto seductor de las palabras en una mujer como ella era como adentrarse en un jardín prohibido, en el que romántico-romántica estrechan sus cuerpos con todas su fuerzas para escapar de la saeta de lo "permitido". Y es que digan lo que digan siempre hay momentos para embriagarse de la belleza de lo clandestino y, en este caso, lo clandestino no es su libro ni su melena sino ella y todos los besos que nos dimos mientras leíamos a medias todos esos libros y poemas.

Y mañana, ¿volveremos a comer(nos) mañana?

domingo, 5 de octubre de 2014

¿Aceptan reservas para dos personas?




- Disculpe, ¿aceptan reservas para dos personas? Me han dicho que para poder cenar en su establecimiento es necesario ser cuatro comensales, ¿es eso cierto? - dijo ella, con voz vibrante y un terremoto de nervios en las piernas. 

- Buenas noches, jovencita, tiene usted toda la razón. Así lo establecieron hace dos años. Fue una norma impuesta por el gran chef y no sabe usted la de problemas que nos está trayendo. No obstante, algunas veces se nos permite hacer excepciones. Vamos, otra regla absurda de la casa - respondió el camarero. 

- Ya lo dice bien. En cualquier caso, quisiera saber si aceptarían una reserva para dos, ¿me lo puede confirmar o negar? -replicó Lucía, clavando el turquesa de sus ojos en las pupilas de ese joven de rostro esperanzado.

- Ojalá pudiera, señorita. Si es tan amable, le agradecería que me dejara su nombre y un número de teléfono y en cuanto pueda le doy una respuesta.

- Por supuesto, apunte: Esperanza, 00112233.

- Perdone, creo que se ha confundido, ¿puede repetirme el número? Diría yo que no existe ningún prefijo con esta enumeración. 

- No se preocupe, algún día el gran chef se lo enseñará. Ah, y no se olvide: ¡la reserva es para dos!. No quisiera que usted se quedara sin cenar. ¡Tenga usted una noche!

(Y así, tras tres minutos de conversación, Esperanza abandonó ese local llamado 'Añoranza' y se adentró en los suburbios de la ciudad. Por su parte, el camarero, impactado por la frialdad de las palabras de la joven, abrió la puerta del restaurante y salió corriendo en busca de la musa de ojos turquesa. Una cena le esperaba y por suerte, al menos esa noche, no sería en esa prisión rotulada 'Añoranza').




viernes, 3 de octubre de 2014

Cada vez que alguien pronuncia su nombre suceden cosas extraordinarias




Cada vez que alguien pronuncia su nombre suceden cosas extraordinarias. No importa el lugar en el que te encuentres pues siempre ocurrirá algo paranormal. Un susurro, un leve murmullo o un escuálido bisbiseo es arma suficiente para despertar y formar este ejército de guerreros invisibles que hacen que todo, absolutamente todo, se vuelva aún más bonito. 

Algunos lo llamarán suceso contemporáneo; yo, fenómeno extraordinario. Cada vez que alguien exclama ese nombre, una bandada de pájaros se lanza al vuelo e ilustra corazones gigantes en el cielo, a través de una perfecta disposición de sus cuerpos menudos en el aire. Este sería el más ridículo detalle de todo lo que puede ocurrir cuando hablamos de apelativos hacia su ser. Y sino pregúntale a una abuelita, una señora de esas que ves por la calle y piensas: ¡cuánto corazón cabrá en este pedacito de carne!  y verás que te dirá que si vocalizas ese nombre con firmeza y con seguridad plena, nunca y nunca te verás inmiscuido en las tinieblas de esa prisión llamada soledad. ¡Cuánta razón tiene! - pensarás y te repetirás día sí y día también. Porque realidades de esta índole duelen y más aún cuando eres joven y crees que te vas a comer el mundo y que vas a devorarlo a la de tres. Y es que efectivamente las abuelitas de faldas oscuras y con cabelleras henchidas de laca son muy sabias. 

Ojalá algún día lleguemos a comprender que la belleza no solo entiende de nombres y adjetivos sino también de sensaciones. Que una cosa puede ser bonita por el simple hecho de sentirla o de rendirse ante su esencia. Que no todo lo que nos rodea debe ser esbelto y vibrante. Y que, por supuesto, debemos dar por hecho que la mayor parte de las personas bonitas no encajan en el molde que esta sociedad ha forjado. El mundo se encuentra envuelto entre paños de locura y nos fuerza a creer que solo las flores de gran tallo y de exuberantes pétalos son las que realmente valen la pena. Y maldita mentira, ¡porque esas flores son las que más violan y más heridas provocan (tienen pinchos)¡.

No creas que escribo esto para alentar sueños o infundir miedos. Simplemente estoy tratando de amenizar esa realidad por la que tantas lágrimas has esquivado, pues nunca quisiste comprender que la poesía ya ha transgredido el papel y se postra ante ti, reflejándose en los ojos de aquel hombre que te inquieta con su mirada perversa o aquel niño hambriento que ante un trocito de pan, encaja sus manitas, mira al cielo y exclama: gracias por dejarme vivir un día más.

Cada vez que alguien pronuncia su nombre suceden cosas extraordinarias.